Es curioso cómo ha cambiado todo con esto de las amistades. Antes parecía más sencillo ya que tenías a tus amigos de la escuela, del barrio que jugabas en la calle, los primos con los que jugabas los fines de semana. Era un mundo más pequeño, más real. Ahora con internet, todo es distinto. Las amistades no están limitadas por la geografía y puedes terminar charlando con alguien del otro lado del planeta, compartiendo gustos, pasiones, aficiones, incluso apoyándote en momentos difíciles, sin haberlo visto jamás en persona. Es algo mágico, pero a la vez un poco raro.
Lo que más me hace pensar es cómo combinamos estas dos formas de amistad: la de toda la vida, la que está contigo en los momentos importantes y esa virtual, que aunque parece más distante, a veces llega a ser igual de cercano emocionalmente. Pero claro, hay diferencias. Nada reemplaza un abrazo o reírse tanto que hasta te duele el estómago. Lo digital es práctico, pero la calidez del contacto humano sigue siendo irremplazable.
Ahora, cuando se trata de niños, ahí sí me preocupa un poco. Ellos no siempre saben reconocer los riesgos que hay detrás de una pantalla. Como adultos, tenemos que estar atentos para no para invadir su espacio y enseñarles a tener cuidado y saber como actuar. Es un tema de equilibrio entre ayudarle a disfrutar de lo bueno de las relaciones virtuales sin caer en los peligros que trae compartir demasiado o confiar en las personas equivocadas.
Esto con las redes sociales es complicado, ya que todo parece perfecto en esta aplicaciones y los niños con su autoestima en desarrollo, pueden verse atrapados en esa burbuja que distorsiona la realidad como el uso de filtros en las fotos o vídeos que se pueden realizar. Por eso creo, que lo importante es estar presentes para guiarlos, no imponiendo o prohibiendo, sino explicando para que ellos perciban la realidad que viven.
En resumen, las amistades, sean reales o virtuales, son siempre maravillosas si están bien manejadas, pero requieren atención, cuidado y sobre todo equilibrio.
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